FUERZAS DÉBILES DE CONEXIÓN
Terry Riley, colores básicos y una coreografía que repite 53 frases. Con esos mimbres teje Sasha Waltz ‘In C’, la pieza con la que su compañía berlinesa irrumpe esta semana en el Festival de Otoño de Madrid. Reflexionamos sobre ella…
Texto_JORDI SORA i DOMENJÓ Fotos_YANINA ISLA
Madrid, 15 de noviembre de 2023
Hay espectáculos que piden una actitud algo más lejana. Sin implicación emocional, ni complejos sentidos narrativos. Solo mirar y disfrutar. Una contemplación que ha de ser activa, claro está, para que ningún detalle se escape a los sentidos. Pero observación milimétrica y detallista, eso es todo. Y así se expande su grandeza: desde una transparente estructura funcional, una coreografía construida sobre la experiencia y el juego múltiple de los bailarines; hasta el calor fenomenológico que produce aquella visión del conjunto, audición musical incluída. En esos términos se expresa In C, de Sasha Waltz, que podrá verse los días 18 y 19 de noviembre en los Teatros del Canal, en el marco del Festival de Otoño de Madrid: como una explosión de luz que se agranda desde el núcleo de las variaciones, cuyo centro de gravedad es la composición sonora del músico minimalista Terry Riley (1964) hasta las cincuenta y tres frases de movimiento diseñadas que permiten la libre improvisación a sus bailarines. Talento interpretativo indiscutible.
In C tiene un aire de tradición renovada en la contemporaneidad. Se trata de la primera composición musical del minimalismo, y con ello la puerta de entrada a un dibujo especulativo en el cual la construcción reiterativa se expresa con rotundidad. En su paciencia y escucha se encuentra el argumento principal de un trabajo delicado que se caracteriza por ser sincopado y alejado de los grandes espectáculos sonoros. Es una música del encuentro espiritual con lo más esencial de la destreza creativa. Por lo que le correspondía imaginar una coreografía que resultara un viaje de acompañamiento, repleto de lucidez, espontaneidad y depurada técnica.
Magia tranquila
Justo el lugar desde el cual la alemana Sasha Waltz despliega su clásica magia tranquila, vinculada con el conjunto de su carrera y con una mirada alejada de las grandes corrientes extemporáneas de su tiempo. Para así lograr que música y danza ejerzan fuerzas suaves de atracción directamente proporcionales a su necesidad de comunicación, acoplándose con esa misma dulzura, pero donde también es posible observar puntualmente sus rupturas estéticas y figurativas.
Todo ello en un contexto de color que el vestuario de Jasmin Lepore resalta con esas figuras humanas enfundadas complementamente de rojo, verde, amarillo, azul o blanco. También el de la iluminación de Olaf Danilsen. Paleta muy básica de tonos pasteles que en su entrecruzamiento fugaz en movimiento sobre el escenario reflejan lo no visible, lo no existente... Una mezcla cromática posible que da buena cuenta del valor de esta pieza: la creación de algo inaudito desde la mixtura de lo real. Música minimalista y danza contemporánea para una experiencia de contemplación casi mística. El lugar donde reside la grandeza invisible de las fuerzas débiles de conexión que unen con firmeza artes diversas.