Despedida
Anoche, en los Teatros del Canal, de Madrid, Víctor Ullate puso fin a su ciclo creativo con un espectáculo que resume tres décadas de creación, con extractos de obras emblemáticas. Podrá verse hasta el 9 de septiembre
Omar Khan
En la celebración de las tres décadas de creación con su compañía, Víctor Ullate (Zaragoza, 1947) ha decidido dar un vuelco de timón. Abandona la dirección artística del colectivo que lleva su nombre cediendo ahora el mando a su alumna estrella Lucía Lacarra, lo que implica poner fin también a su carrera como creador. Se dedicará en exclusiva, ha anunciado, a dirigir su Fundación, en la que se forman bailarines sin recursos. Hay que recordar que, por encima de bailarín y coreógrafo, Ullate ha sido principalmente un excepcional maestro de estrellas (Tamara Rojo, Igor Yebra, Ángel Corella, Joaquín de Luz, la misma Lacarra).
30 años de danza, el espectáculo con el que pone fin a tres décadas de continua creación, fue estrenado anoche, 23 de agosto, en los madrileños Teatros del Canal y podrá verse hasta el 9 de septiembre. Como suele ser usual en estos casos de despedida, la propuesta, que ha contado con dirección de su mano derecha Eduardo Lao, propone un resumen de toda su trayectoria con fragmentos de algunas de sus obras emblemáticas. Tiene un hilo conductor débil y un prólogo audiovisual de autobombo del todo innecesario, pero no afecta demasiado al conjunto porque en realidad lo relevante son esos fragmentos encadenados que permiten una visión global de las preocupaciones y motivaciones que han empujado a Ullate en las últimas tres décadas, aunque la selección es desigual y la duración, de dos horas y 45 minutos, se antoja excesiva. Abundan demasiados extractos de Samsara, sin duda una de sus creaciones más interesantes, pero se echan en falta algunos títulos que por su relevancia debieron estar, siendo muy notoria la ausencia de obras como Jaleos o Beethoven, representativas de algunas de sus etapas creativas.
Toque exótico
Víctor Ullate ha devenido en creador emblemático de ese Neoclásico español que él mismo ha forjado. Aunque personal, en tanto que se verifican necesidades creativas propias como su interés por la danza española sutilmente manifiesto en creaciones incluidas en el espectáculo como Seguiriya o su decidido interés por elementos exóticos del que Samsara es ejemplar, el conjunto de su obra aparece fuertemente influenciado por la eclosión de un cierto y estilizado ballet neoclásico que floreció (y triunfó) en los años ochenta y noventa, que sigue siendo eficaz pero permanece irremediablemente atado a esa estética, esa sensibilidad y aquellos modos. Prueba de ello es su fascinación por los mismos compositores que hicieron furor y se pusieron de moda en ballets neoclásicos de todo el mundo esos años (Philip Glass, René Aubry, Arvo Pärt, Dead Can Dance), esos vestidos vaporosos y la calculada belleza de la puesta en escena. Estas inclinaciones las heredó de su maestro Maurice Béjart, el gran innovador del neoclásico europeo, para el que bailó durante 14 años, y que se apunta como la influencia más notable de su obra, especialmente en el tratamiento coral y espectacular del cuerpo de baile, que alcanza su cénit, al menos en esta propuesta aniversario, en el segmento coral masculino de Samsara, quizá el momento más emocionado de la noche. En la misma línea se inscriben las piezas incluidas de Lao, el coreógrafo que ha compartido con él la dirección artística de la compañía, agregando quizá el interés de ambos por la revisión y reinvención de los clásicos, otra vertiente relevante del trabajo de la agrupación, del que se muestran extractos de la muy reciente Carmen, de Ullate, y la Coppelia de Lao, que también muestra un extracto muy notable de su exótica Burka.
30 años de danza tiene la virtud de permitir revisar a fondo la obra coreográfica y aportaciones de Ullate. La vocación de testimonio de la propuesta da acceso al mundo peculiar de danza de su autor, y parece especialmente recomendable para nuevas generaciones que nunca vieron en directo sus trabajos más destacados. La obra, que cuenta con un sencillo pero eficaz dispositivo dominado por una enorme pantalla que proyecta elegantes vídeos ilustrativos, pone el foco en la compañía, un colectivo que se ha mostrado muy disciplinado y eficaz, y en su estrella Lucía Lacarra, bailarina de excepcional belleza y flexibilidad, que brilla y destaca en los momentos más virtuosos e íntimos de la, en líneas muy generales, entretenida velada.
En Lacarra, justamente, recae ahora la responsabilidad de la reinvención del Ballet de la Comunidad de Madrid. Tiene mucho a su favor. La compañía luce muy buen nivel y se intuyen en ellos muchas posibilidades, y cuenta con el respaldo del público, como demostró la audiencia que anoche les ovacionó. Ella, por su parte, ha demostrado ser una bailarina versátil e inteligente, que se ha involucrado en proyectos arriesgados, interesantes y atractivos, con artistas muy destacados y selectos, aparte de su triunfal y larga estancia como estrella del Ballet de la Ópera de Munich. Al no ser coreógrafa, el perfil de compañía de autor desaparece, y se abre así todo un abanico de posibilidades. Su primer paso es alentador y ojalá premonitorio de la nueva línea del Víctor Ullate Ballet. Ha creado una alianza que permitirá a dos relevantes promesas de la nueva danza en la capital, que han sido residentes en Teatros del Canal, crear para ellos. El espectáculo, con piezas de Antonio de Rosa y Mattia Russo, directores del colectivo Kor’sia, y Luz Arcas, directora de La Phármaco, ya tiene fecha de estreno. Será el próximo 16 de noviembre en Teatros del Canal. Expectación no falta.
