JUGANDO CON EL SONIDO
Instituto Stocos clausuró este domingo el Festival Danza en la Villa, con su propuesta Oecumene. Fuimos a verla y esto nos pareció…
Texto_JUDIT GALLART
Madrid, 5 de mayo de 2021
Una vez más hemos vuelto a ser testigos de cómo danza y tecnología pueden llegar a fusionarse para crear una pieza que, en este caso, reflexiona sobre el lugar que tiene el individuo dentro del mundo. Oecumene, término griego que designa al conjunto geográfico conocido por una cultura y que se distingue de las zonas permanentemente deshabitadas, da nombre a la pieza que Instituto Stocos nos trajo el pasado domingo al Teatro Fernán Gómez de Madrid, en la clausura del recuperado Festival Danza en la Villa.
Como si de su propia cosmografía se tratase, Muriel Romero, codirectora, bailarina y coreógrafa de la compañía madrileña, se nos presenta encarcelada en un habitáculo digital que reacciona a sus movimientos emitiendo toda clase de sonidos gracias a esa tecnología interactiva que es ya característica del trabajo de Stocos. Pese a haber sido compuesta por Pablo Palacio, codirector, por momentos parecía que la música emanaba de la bailarina, que parecía componer la partitura con su cuerpo.
Se calzó entonces unas zapatillas de plomo que retumbaron el escenario a la manera de un soldado que avanza a la vanguardia mientras se aproxima a la línea enemiga, para posteriormente enraizarse en la tierra y permitirse así el lujo de realizar toda clase de contorsiones sin zozobrar ni si quiera por un instante, dejando entrever una fuerte base de técnica clásica mediante unas cuartas absolutamente envidiables que a continuación contrastarían con un movimiento de brazos y unas elevaciones de piernas tan explosivas como inesperadas.
Más que la propuesta corporal en sí misma, lo más destacable de la pieza es la espectacularidad de su puesta en escena. Absorbiendo toda la atención del espectador mediante un juego de luces que oscila entre blancos, azules y rojos, Maxi Gilbert logró crear una atmosfera lumínica que obedecía sumisamente a todos los movimientos provenientes de la intérprete, pero que al mismo tiempo terminaba por opacar a la propia coreografía, relegando así a la danza a un segundo lugar.
Inalterable ante lo que podrían haber sido diálogos entre diferentes realidades paralelas, Romero avanza finalmente hacía lo que parecía ser un portal al inframundo que terminó aspirándola por completo, para concluir así una experiencia sensorial a través del cuerpo físico que durante 45 minutos nos ha permitido zambullirnos en esta marejada de sonidos.