SI ME DAS GASOLINA...
En gira con su propuesta unipersonal 'El ardor', el andaluz Alberto Cortés ha llegado este fin de semana a Replika Teatro, de Madrid. Anoche, fuimos a verlo y esto opinamos…
Texto_OMAR KHAN
Madrid, 24 de abril de 2022
Según el diccionario de la Academia, “ardor” puede ser calor grande, sensación de calor o rubor en alguna parte del cuerpo, brillo, resplandor, encendimiento, viveza, ansía, anhelo, y también, enardecimiento de los afectos y pasiones. Alberto Cortés se tomó anoche en la pequeña y acogedora sala Replika Teatro (Guzmán, el bueno, Madrid, donde repite esta tarde) una buena hora para explicarnos cómo entiende y cómo siente, personalmente, el ardor, especialmente en esta última acepción del enardecimiento de los afectos y pasiones.
No es que lo que nos cuenta carezca de interés o relevancia (de hecho, el texto es brillante). Pero cómo lo cuenta -con la palabra, con el gesto, el cuerpo, el movimiento y sobre todo, la actitud-, es lo que hace de El ardor un espectáculo. El show es él. No tiene la seriedad y enjundia de una conferencia (“Hay que exigir la inmortalidad al Estado”, arranca diciendo seriamente) ni tampoco la estupidez de El show de la comedia pero se ubica a un medio camino impreciso. Su voz de desvalido, susurrante e insegura, que una y otra vez otra vez otra vez otra vez repite las frases casi como para convencerse a sí mismo de su fiabilidad, le dan un aire nervioso, frágil y perdido. “¿Estoy aquí porque me sobra o porque me falta?”, se pregunta varias veces con esa voz febril. También amplifica los gestos hasta la exageración y lo grotesco.
Hay aquí, todo al unísono, una poética soez, una honestidad estremecedora y un buen puñado de clichés queer. Pero también un calculado sentido del espectáculo, que va desde ese fondo de atardecer sangriento hasta la selección musical (incluido inicio coral acompañado de diez figurantes) o la intencionalidad de una iluminación cómplice.
Hay también valentía. Su discurso, siempre sobre el ardor, no desdeña ninguna arista, incluida la culpa católica que invade al que arde o las nociones del bien y el mal que implican para el creyente. “El que baja al infierno, ya no sube”, nos repite obstinadamente, reconociéndose abajo.
Al final, el público agradecido y emocionado no paraba de aplaudirle. Y el artista, visiblemente avergonzado, le pedía que parara. Algo inusual en cualquier coreógrafo que, usualmente, lo que quiere es más. El gesto resultó tan conmovedor como el brillante e ingenioso espectáculo que acababa de presentarnos. Entendimos, entonces, que esa vulnerabilidad y fragilidad no eran solamente una invención para el personaje escénico sino algo más bien conectado a su propia personalidad.
Alberto Cortés, autor de aquella delirante Masacre en Nebraska, es ya cabeza visible de un interesante y emergente movimiento malagueño de artes escénicas híbridas, que concienzudamente no quiere ser danza, teatro o performance, sino todo junto en un discurso personal que en su caso es, a un tiempo, exquisito y popular.
En el pasado Festival Danza Valencia hizo el preestreno de su nueva creación One night at the Golden Bar. Allí también estuvimos y esto nos pareció…