RETRONOSTALGIA
Abrió el capítulo de danza ayer en dFeria -el encuentro escénico donostiarra-, la creadora catalana Lali Ayguadé y su dueto ‘Runa’. A Gasteszena fuimos a verlo y esto nos pareció…
Texto_OMAR KHAN
San Sebastián, 14 de marzo de 2023
Lali Ayguadé (Barcelona, 1980) ha ido dejando de ser conocida solamente como la bailarina catalana que trabajó para Akram Khan y Hofesh Schechter, dos de las más grandes personalidades de la danza británica, para ganarse un lugar y un nombre en casa como coreógrafa, autora de obras propias que, por fortuna, no imitan ni repiten a estos creadores tan referenciales para los que en otro tiempo fue arcilla. Una trilogía, siempre en los linderos de la danza-teatro, nos dio cuenta de su potencial creativo y su desbordada imaginación. Kokoro (2015), iUanMe (2017) y Hidden (2020) nos desvelaron la personalidad artística de la certera creadora desconocida pero al mismo tiempo nos negaron a la bailarina, pues en ninguna de las tres ejerció de intérprete.
Runa, creación que estrenó el año pasado en el Festival Grec y que ayer por la mañana mañana se presentó en Gastezscena durante la primera jornada de dFeria, el importante encuentro escénico donostiarra que se extiende hasta el jueves, finalmente nos la mostró en sus dos facetas. Apareció en escena muy bien acompañada por Lisard Tranis, con quien tiene química, entendimiento y complicidad. Ayguadé bailó -bien y mucho- en este dueto retro-nostálgico protagonizado por dos personajes frágiles y confusos que parecen haber sido tirados en una casa que fue espléndida, a lo mejor con ellos dentro, y que hoy luce decadente, polvorienta, pasada de moda, nada funcional y ajena. Ambos se quieren, se apoyan y se cuidan, mientras que cada objeto en el que se fijan –una nevera, un tocadiscos, un vinilo, un zapato- parece despertar dormidas emociones y añoranzas.
Runa, en principio, tiene todo a su favor. Una escenografía intencionadamente desvencijada que ofrece miles de historias y sugerencias. Un paisaje sonoro de naturaleza casi cinematográfica, autoría del compositor andaluz Miguel Marín, que les regala atmósferas muy sugerentes. Imágenes de gran fuerza y potencia como esas viñetas de vida feliz con que se inicia la obra o esa visión alucinada de ella saliendo del frigorífico. Y finalmente, ostenta Runa dos bailarines expresivos, en verdad bellos, que tienen un alto nivel de compromiso y compenetración, pero…
Ayguadé expone y muestra los mimbres pero no los teje. Le falta pulsión y nervio dramático. Ha querido, y es respetable, no urdir una trama narrativa en sentido convencional, pero aún dentro de este planteamiento parece necesario un contraste de emociones más marcado. Los dos personajes se quedan revolcándose en una nostalgia que rápidamente se les agota. Es verdad que surge tensión en el dueto del sofá, un verdadero tour-de-force en clave de contact entre los dos intérpretes que se alza como el mejor momento de la velada, pero tampoco evoluciona por ese camino y vuelve otra vez sobre lo mismo hasta ese desenlace final, que sobreviene abrupto. Hay mucha belleza en Runa pero le quita peso ese plano devenir, que deja al espectador quizá con ganas de conocer mejor y más a fondo a estos personajes, hurgar más adentro y más abajo en la relación entre ellos y el efecto, perturbador y romántico, que en ambos produce este lugar y sus desvencijados objetos que, alguna vez, estuvieron lustrosos, fueron útiles y contribuyeron a mejorar y dignificar la vida de alguien, probablemente estos dos fantasmas constantemente rumiando el pasado.
