EGOTRIPS
Alardearon anoche de buen nivel los estudiantes del Conservatorio María de Ávila, de Madrid, en la presentación de cinco trabajos coreográficos muy diversos. Fuimos a verlos y esto nos pareció…
Texto_OMAR KHAN
Madrid, 31 de marzo de 2023
Que formamos y educamos bailarines capaces de adaptarse a la realidad ecléctica, híbrida y diversificada de la danza escénica actual quedó demostrado anoche en el teatro de la RESAD, de Madrid, con la nueva edición de Danza en Superior, la muestra de trabajos coreográficos de los alumnos del Conservatorio Superior de Danza María de Ávila (CSDMA), que estuvieron todos a la altura de las exigencias, a veces enormes, de un diversificado programa conformado por obras de Iker Arrue, Florencia Oz, Fabián Thomé, Mariana Collado y Williams Castro, creadores procedentes de muy distintas escuelas y corrientes.
Las diferentes ramificaciones de lo que se enseña en este conservatorio quedaron desplegadas en escena desde el neoclásico sobrio y elegante de un extracto de Schubert, del creador vasco Iker Arrue, que vino apoyado por música en directo interpretada por estudiantes del Centro Integrado de Enseñanza Musicales Federico Moreno Torroba, que debería estrechar lazos aún más cercanos y creativos con su vecino de danza y las exigencias técnicas y complicaciones de la muy coral Emotional Strings, del exbailarín y coreógrafo cubano Williams Castro.
Vinieron luego los egos (no de los estudiantes). Con un cierto tono de angustia y emergencia, Moi-Je, de Fabian Thomé supuso la contrapartida contemporánea con esta obra que explora el ego, el yo y los otros, desde un lugar más oscuro e inquietante que el muy luminoso donde se ubica la desternillante Y.O., que también habla de los egos pero desde una perspectiva cotidiana y en clave de humor, perfectamente orquestada desde la danza española por Mariana Collado, de Malucos Danza. Finalmente, la coreógrafa chilena Florencia Oz impuso a los estudiantes el reto de la coordinación, la precisión y el buen hacer de la danza española más coral, en la muy blanca Vórtice.
En todas y cada una de las piezas los jovencísimos intérpretes, algunos visiblemente nerviosos aunque pocas veces inseguros, se mostraron compenetrados y comprometidos con las coreografías que bailaron. Hubo, en todos los casos, buen nivel técnico pero también emocional, un factor que pasa a ser clave en el tipo de propuestas que enfrentarán en la vida profesional. Se divirtieron (y nos divirtieron) en la alocada pieza de Collado, que impuso a bailarines de danza española retos que se piensan muchas veces ajenos como el texto, la teatralidad y el gesto, en la que fue la pieza de la noche. También abordaron acertadamente la teatralidad más sugerida pero omnipresente en la pieza de Arrue, al tiempo que los bailarines de Thomé supieron entender y transmitir la atmósfera enrarecida y angustiante que les exigía el coreógrafo.
Finalmente, más abstractas fueron las creaciones de Oz y Castro, que claramente apuntaban al dominio y perfección de la técnica, y al bailarín consciente y atento en la participación de una obra coral, en dos creaciones de “cómo acertar siendo cuerpo de baile”. La una desde la danza española y el otro desde los rigores del ballet clásico al servicio de un neoclásico más abierto y esteticista. La velada, en su totalidad, tuvo el nivel que esperamos de cualquier compañía profesional. No podemos vaticinar el destino que aguarda a cada uno de estos bailarines nóveles porque esta profesión es muchas veces desquiciada, pero preparados lucieron anoche para intentarlo ahora en la (impredecible) jungla del mundo profesional.
